Taller creativo para el alumbramiento de nuevas utopías cotidianas
Miguel Brieva es un dibujante y escritor que ha cultivado todos los géneros que combinan la palabra y la expresión gráfica. En su trabajo, donde juega un papel fundamental la reflexión en torno a cómo los medios de comunicación de masas modelan nuestro imaginario, Brieva denuncia el «aterrador deterioro social y medioambiental al que nos está abocando el sistema capitalista». Sin abandonar esa pulsión crítica, en sus últimas producciones ha mostrado un interés creciente por la «proyección propositiva de escenarios alternativos, viables y sostenibles de organización humana». Lo hace desde la convicción de que «solo aquello que somos capaces de imaginar puede llegar a hacerse posible».
Con este afán propositivo concibió el taller que impartió en el marco del II Campus Polígono Sur, donde contó con la colaboración como mentores -figuras que, como explicábamos en la introducción contribuyeron a la dinamización de los debates y sesiones de creación- de Nathalie Bellón, Patricio Hidalgo e Inmaculada Salinas.
Miguel Brieva abrió el taller planteando que en un contexto de crisis «clarísima y desbordante» como el que estamos viviendo en la actualidad, no podemos permitirnos el lujo de pensar y utilizar la imaginación, «que es el espacio a través del cual se canaliza la energía vital y simbólica de una sociedad», como una mera herramienta para el entretenimiento. «Cuando la casa está ardiendo», explicó parafraseando el título del libro de Greta Thunberg, «por puro sentido común es fundamental que utilicemos nuestra imaginación para encontrar modos de sofocar el incendio». «Esto supone asumir una visión utilitarista de la creación artística», reconoció. «Pero es que el arte», puntualizó,» tiene siempre una dimensión utilitarista, una intencionalidad política, se haga explícita o no. Y en un contexto como el actual, darle centralidad a esa dimensión se ha convertido en algo imprescindible».
Brieva contó que junto a compañeros de Ecologistas en Acción, una organización con la que colabora con asiduidad, elaboró hace varios años un documento de trabajo en el que se reflexionaba sobre la potencialidad transformadora de la imaginación y la posibilidad de utilizar esta no solo como una herramienta de denuncia política, sino también con un horizonte propositivo. Ese documento fue la semilla de otro con forma de decálogo (más adelante especificaremos sus diez principios) que sirvió como eje articulador del taller, donde propuso una serie de pautas y ejercicios para ensayar pequeñas narraciones y producciones gráficas que nos hablen de un futuro, lejano o inmediato, transformado en positivo.
Él parte de la convicción de que la imaginación es una de las herramientas más potentes con las que cuenta la humanidad. El problema, a su juicio, es que ahora está constreñida al estrecho marco de la lógica del capital, hasta el punto de que, cómo ya nos advertía Fredric Jameson en 1994, «nos resulta más fácil imaginar el deterioro total de la Tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo». Se podría decir, parafraseando a Wittgenstein, que los límites de nuestra imaginación son los límites de nuestro mundo. Y hoy en día esos límites están marcados por el papel instrumental, como mera fuente de entretenimiento y producto de consumo que no cuestiona el orden simbólico dominante, al que se ha relegado a la imaginación.
Cabe señalar a este respecto que, según Miguel Brieva, esta operación de constreñimiento de la imaginación -«que es la que conforma la base misma de lo que creemos que somos y de lo que podemos llegar a ser»- se inicia con la Ilustración y la Revolución Industrial. A partir de ese momento, aparentemente las sociedades modernas empiezan a estar regidas únicamente desde fundamentos racionales, pero Brieva considera que esto es una gran falsedad, como evidencia el hecho de que en estas juegan un papel fundamental tres mitos fundacionales que, en sus palabras, son «profundamente irracionales»: la posibilidad de un crecimiento sin fin, el capitalismo como el único sistema o modelo de organización social y económica posible, y, para hacer «antropológicamente digerible los dos mitos anteriores», la negación sistemática de nuestra capacidad empática y cooperativa a través de lo que él denomina un «declive moral auto-inducido» que ilustra muy bien la frase «el hombre es un lobo para el hombre» del filósofo inglés Thomas Hobbes.
Estos tres mitos los hemos asimilados e impregnan todo el imaginario que nos rodea, de modo que resulta muy difícil producir imágenes y narraciones que escapen del marco de comprensión del mundo que contribuyen a apuntalar, según el cual el estado natural del ser humano es el capitalismo. «Y eso es realmente siniestro», señaló Miguel Brieva, «pues el capitalismo supone la negación de la trascendencia, la búsqueda exclusiva del beneficio a corto plazo, sin tener en cuenta que los recursos son finitos y que nuestra supervivencia y la del resto de los seres vivos que habitan el planeta es frágil».
Revertir esto, en opinión de Brieva, no es solo necesario, sino urgente. Y esa emergencia nos obliga a imaginar lo que él describe como «nuevas utopías cotidianas». Es decir, no ya un sistema utópico complejo, al estilo de los grandes metarrelatos de la modernidad, sino «utopías como de andar por casa», que tengan efectos inmediatos y se pueden ir implementando sobre la marcha. Para imaginar esas «utopías posibles» a corto y medio plazo, lo primero que tenemos que hacer es deshacernos del mito de que se puede crecer indefinidamente y de que el avance tecnológico solucionará siempre nuestros problemas. En este sentido, un buen punto de partida puede ser la propuesta de la economista Kate Raworth de definir cómo debería ser un espacio a la vez «seguro y justo» para la Humanidad, estableciendo unos indicadores que marquen tanto los límites del «techo medioambiental» que no se pueden sobrepasar como los mínimos del «suelo social» que hay que garantizar para posibilitar un modo de vida digno para todos.
Se da la circunstancia de que, incluso cuando se defiende, este proceso de transición se suele ver con pesadumbre, como algo que va a implicar muchas renuncias. «Yo creo que es fundamental darle la vuelta a eso», advirtió, «empezar a verlo no como un sacrificio, sino como una oportunidad de ser más felices, de (volver a) estar a los mandos de nuestro propio destino». En cierta medida, esa sensación de pesadumbre también lastra, aunque sea por otras razones, la mayor parte de los trabajos artísticos actuales que quieren hablar críticamente del mundo en el que vivimos. Trabajos que optan por la denuncia política explícita o por la parodia satírica, dos mecanismos que, bajo su punto de vista, «han llegado a un callejón sin salida». «Yo, en un primer momento de mi carrera», precisó, «utilice mucho la sátira política, pero creo que en el contexto actual, cuando es evidente que el Rey está desnudo, [la sátira política] ha perdido gran parte de su carga subversiva, convirtiéndose en una suerte de costumbrismo».
Miguel Brieva considera que «hay que ser más audaces, más visionarios o más ingenuos, en el mejor de los sentidos», y asumir una posición abiertamente propositiva. La escritora Ursula K. Le Guin contaba en una entrevista que una vez se le acercó una chica y empezó a hablarle entusiasmada de Star Trek. Le Guin, que no había visto la serie, le preguntó que por qué le gustaba tanto, y la chica le contestó que porque hablaba de un futuro en el que a ella le gustaría vivir. «Creo que ahí está la clave», indicó Brieva. «Star Trek es una excepción porque hay muy pocos relatos en los que se describa un futuro en el que nos gustaría vivir. Lo que tenemos, por el contrario, es un aluvión de relatos que nos hablan de futuros infernales, distópicos. Y en este contexto, creo que imaginar cómo podría ser un mundo futuro deseable es, a día de hoy, lo realmente rupturista».
El resultado de empezar a imaginar futuros deseables suele tener a menudo un punto naif. A su juicio, eso ocurre porque nos falta práctica, ya que en nuestro aprendizaje -como espectadores / lectores y como creadores- casi no hemos tenido acceso a ese tipo de relatos construidos desde una mirada crítica. En este sentido, Brieva señaló que Donella H. Meadows, una maestra y científica ambiental estadounidense que ha trabajado como asesora en programas de lucha contra la pobreza de la ONU, plantea que para crear un mundo más justo, primero tenemos que saber en qué consiste un mundo más justo. Es decir, tenemos que imaginarlo y el hecho de que prácticamente carezcamos de relatos que nos sirvan de guía para hacerlo no es solo un «problema político», sino también «antropológico y cultural». «Hablamos con facilidad y sin medida acerca de nuestras frustraciones y quejas, pero solo muy raramente -y a menudo avergonzados- sobre nuestros sueños y valores», escribe Meadows en Visionando un mundo sostenible. Una frase que, según Miguel Brieva, sintetiza muy bien lo que él quiere decir cuando plantea la necesidad de generar producciones artísticas críticas de carácter propositivo, esto es, «que no solo sirvan para expresar nuestra rabia o desencanto, como hacen el arte de denuncia y la sátira, sino también nuestros sueños y valores, algo que parece que hemos dejado en manos de la publicidad».
Incidiendo en esta idea, Brieva citó una frase de Enrich Fromm: «solo puede moverse a los seres humanos a cambiar sus acciones si tienen esperanza y solo pueden tener esperanza si tienen visión, y solo pueden tener visión si se les muestran alternativas”. Imaginar y mostrar alternativas ilusionantes para generar una visión que devuelva la esperanza sería, a su juicio, el gran reto de los creadores actuales si quieren contribuir a revertir la destructiva huida hacia adelante en la que se ha -y nos ha- embarcado el capitalismo.
En este punto de su intervención y ya como cierre de la primera sesión del taller (que, junto a la segunda, fue la única que tuvo un carácter teórico; las otras tres fueron eminentemente prácticas, aunque con algunos momentos de puestas en común), Miguel Brieva comenzó a explicar de manera detallada los distintos puntos del ya citado decálogo que, con el objetivo de fijar «un marco de posibilidad ecológico y humano para el despliegue de nuestra imaginación», ha elaborado con otros compañeros creadores y miembros de Ecologistas en Acción. «Estos principios», quiso matizar, «no hay que entenderlos de manera dogmática, como algo que hay que seguir a rajatabla, sino a modo de líneas maestras desde las que pensar los límites que debemos auto-imponernos para refundar una lógica de vida que sea beneficiosa y sostenible para todos los seres humanos».
Decálogo para un mundo posible
- El primero de los principios del decálogo es que tenemos que decrecer, tanto a escala material como energética. En realidad, esto es ya una evidencia científica, aceptada incluso por el Foro de Davos. Los recursos del planeta son finitos y su sostenibilidad no es viable si seguimos el actual modelo y ritmo de crecimiento. Fenómenos como el «peak oil», que hace referencia al momento -a juicio de muchos analistas, ya traspasado- en el que se alcanza la tasa máxima de extracción global de petróleo y tras el cual la tasa de producción entra en un declive terminal, lo ponen de manifiesto. A este respecto, Brieva recordó un proverbio chino que dice que «lo primero que hay que hacer para salir de un pozo es dejar de cavar». «Creo que es esto aplicable a nuestro mundo», subrayó. «Estamos hundidos en un pozo y si queremos salir, lo primero que debemos hacer es dejar de seguir cavando -es decir, dejar de seguir creciendo-, pues mientras más profundo cavemos más difícil nos resultará salir».
Este decrecimiento, en cualquier caso, ha de ser equilibrado. Los países avanzados deben reducir drásticamente su consumo energético, pero muchas regiones del mundo tienen que poder aumentarlo para alcanzar ese «suelo social», en la terminología de Kate Raworth, que garantiza los mínimos de una vida digna. Para posibilitar esto, según Miguel Brieva, habría que destinar casi en exclusividad las reservas de energías fósiles aún disponibles al desarrollo pleno de las energías renovables. Por otra lado, Brieva también insistió en que es fundamental que empecemos a entender el descrecimiento no como una renuncia, sino como una victoria, «algo que nos hará más felices». En esta línea propositiva apuntan tiras cómicas suyas, como Decrecimiento, fórmula mejorada, donde emulando el estilo de ciertos folletos publicitarios antiguos, pone de relieve las bondades y ventajas del decrecimiento. - El segundo punto del decálogo plantea la necesidad de tender a «modos de vida más sencillos, más locales y más descentralizados». Según Miguel Brieva esto lo explicaba muy bien el pensador austriaco Iván llich a través de su analogía entre los límites morfológicos del ratón y los de las sociedades humanas. Illich decía que el ratón tiene una forma y una estructura ósea ajustada a sus dimensiones. Si estás empiezan a aumentar, llega un momento en el que su morfología comienza a resentirse hasta que, si sigue creciendo, finalmente colapsa. «Pues lo mismo pasa con las sociedades humanas», señaló Brieva. «El ser humano está hecho para habitar en sociedades de cierto tamaño. Si estas se sobre-dimensionan, como está ocurriendo en el mundo actual, se vuelven insostenibles e inoperantes».
Una proyección del futuro con modos de vida más sencillos y locales tiene poco que ver con cómo este se ha solido imaginar, con ese «futuro futurista» y vinculado a un espectacular desarrollo tecnológico que ha sido -y, en gran medida, sigue siendo- el predominante en el imaginario mediático. Frente a ese futuro futurista, «que por puro sentido común ya sabemos que no se va a dar», Brieva cree que estaría bien empezar a imaginar un futuro plausible en el que la recuperación de prácticas y oficios tradicionales sostenibles, el re-escalado de nuestros desplazamientos o la reducción drástica de los dispositivos tecnológicos que hoy usamos, vaya acompañada de la aparición de nuevos modos de conocimiento y comunicación que antepongan el interés general a la inercia productivista y el ensimismamiento individualista. A ese futuro deseable no futurista hace referencia su viñeta Los amantes del progreso (de verdad), donde vemos a una niña sentada sobre una bicicleta señalando a un objeto que surca el cielo y diciéndole a su madre: «¡Mira, qué atrasados, mamá…! ¡Todavía van en avión!». - «Como nos han enseñado la Teoría Gaia y la Teoría de Sistemas», señaló Miguel Brieva, «mantener la biodiversidad del sistema-mundo es fundamental para garantizar nuestro propio bienestar y supervivencia». Este es, a grandes rasgos, el tercer postulado que se defiende en el decálogo. Es decir, si queremos sobrevivir como especie tenemos que tener en cuenta el frágil equilibrio entre distintos ecosistemas que ha posibilitado hasta ahora la diversidad y complejidad de la vida en el planeta tierra. Un equilibrio que nosotros hemos perturbado, lo que supone un peligro para nuestra supervivencia, pues si se alteran de forma irreparable procesos naturales como la polinización, la fotosíntesis o la fertilización de los suelos, la propia vida humana es la que se acabará volviendo inviable.
- El cuarto punto de decálogo incide en la necesidad de garantizar una equidad social y económica. Como plantea Kate Raworth, hay que asegurar que todos los ciudadanos del planeta disponga de recursos materiales y energéticos suficientes para tener una vida digna. «Porque lo que no es aceptable es que el proceso de salvación ecológica esté reservado para unas élites», subrayó Brieva. Y para evitar eso es fundamental apostar decididamente por una redistribución de las riquezas, recuperando la idea de los bienes comunes y buscando la manera de implementar a nivel global una economía social y solidaria.
- Ligado al punto anterior («en realidad, todos los puntos lo están entre sí»), el quinto principio es poner la vida en el centro, una reivindicación que está muy presente en muchas de las luchas sociales y políticas que se han emprendido durante los últimos años. La construcción de un futuro que sea beneficioso para todos, exige necesariamente una apuesta radical por el cuidado de la vida, humana y no humana. Es decir, exige que en el lugar central y privilegiado que ahora ocupan el crecimiento y la acumulación monetaria, se ponga la preservación de la vida. «Y para ello», según Miguel Brieva, «es fundamental reconceptualizar los trabajos, remunerados o no, que contribuyen a sostener la vida (la pandemia, en este sentido, podemos verla como un aprendizaje) y, por supuesto, liberarnos de los que la ponen en peligro».
- El siguiente punto del decálogo hace referencia a la necesidad de asumir que el proceso de transformación para dejar atrás el capitalismo y su inercia destructiva tiene también una dimensión individual. «Tenemos que abandonar los hábitos capitalistas que, de manera muchas veces inconscientes, todos reproducimos», señaló Brieva, «algo que no va a resultar fácil, pues como nos advierte la economista Amaia Pérez Orozco, el capitalismo es droga pura y nos tiene enganchados». Dejar atrás esos hábitos exige, por tanto, una suerte de «proceso de desintoxicación», ya que aunque comprendamos que son nocivos, tanto para nosotros como para el planeta, su componente adictivo es muy potente. A ese componente adictivo alude su viñeta Lo que nos toca ahora, donde representa a un grupo de ex-capitalistas anónimos que se reúnen todas las semanas para compartir experiencias e intentar ayudarse mutuamente a superar su adicción.
- Cualquier proyecto de transformación para que sea realmente emancipador ha de realizarse desde un posicionamiento inequívocamente eco-feminista. Este sería el séptimo principio del decálogo, explicó Miguel Brieva, que considera que tareas tradicionalmente realizadas por las mujeres y, por ello, socialmente infravaloradas, como el cuidado de los demás o el fortalecimiento de los lazos afectivos y cooperativos, son fundamentales para el sostenimiento de la vida, mientras que, por el contrario, valores asociados a la masculinidad, como la competitividad, la violencia o el individualismo, se han revelado como profundamente tóxicos y perjudiciales. A su juicio, los hombres deben dejar de ver la pérdida de prestigio y de centralidad de esos valores asociados a la masculinidad como algo negativo. «Supone una pérdida de privilegios, qué duda cabe, pero es que esta pérdida, además de justa tendría en última instancia un efecto altamente positivo para nosotros, al permitirnos acceder a cosas, como la capacidad de ser empáticos o de tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad, que mejorarían nuestra calidad de vida», argumentó.
- El octavo punto del decálogo plantea que, si bien a escala material y energética es necesario auto-imponerse límites («para garantizar la sostenibilidad del sistema-mundo»), dichas limitaciones no se tienen que aplicar en lo inmaterial, donde es «viable un crecimiento infinito». «Y con lo inmaterial me refiero a lo realmente valioso y provechoso para el buen vivir de las sociedades: la cultura, la creatividad, el conocimiento, las relaciones interpersonales, la cohesión comunitaria… Si tienes eso garantizado, puedes prescindir de muchos de los bienes materiales que el capitalismo te vende ahora como necesarios. Ni siquiera lo echarás de menos. Sin embargo, si esa base inmaterial te falta, ya te pueden dar coches y móviles sin parar que sentirás que tu vida no vale la pena», subrayó Brieva.
- La importancia de esa base inmaterial conecta con el noveno principio del decálogo: la necesidad de recuperar una cierta dimensión de espiritualidad. Una espiritualidad, eso sí, vinculada a lo colectivo -«alejada del individualismo consumista de la llamada new age»- y, por tanto, profundamente política, donde lo personal y lo social no se entienden como esferas separadas. «Más allá de las tradiciones jerárquicas, dogmáticas y, a menudo, siniestras de las religiones», indicó Miguel Brieva, «creo que sí que es necesario reconectar con una vivencia más profunda, más telúrica que nos ayude a religarnos con lo que nos rodea, a asumir que somos parte de un todo con el que mantenemos una relación de interdependencia».
En realidad, esta convicción de formar parte de un todo más amplio es algo que hasta fechas muy recientes siempre ha tenido muy presente el ser humano. «No en vano», explicó Brieva, «la mayor parte de los relatos generados por el homo sapiens a lo largo de sus doscientos o trescientos mil años de existencia han tratado sobre su interacción con el entorno». «Es solo desde hace unos pocos siglos y, de manera especial, en las últimas décadas», precisó, «cuando la naturaleza ha dejado de tener un papel central en nuestro imaginario. Esta cerrazón y ceguera respecto a lo que nos contiene y da sentido es, en realidad, inédita en la historia de la Humanidad (…) Creo que es fundamental salir de este antropocentrismo ensimismado, cortoplacista y autorreferencial para volver a dirigir nuestra mirada hacia lo que nos vincula con el mundo y define lo que realmente somos». - El último punto del decálogo nos emplaza a tomar conciencia de que la lucha por el relato, aunque pueda parecer a primera vista secundaria, es una de las más cruciales de las que, en un contexto como el actual, debemos emprender. «Como nos advierte Jorge Riechmann», explicó Miguel Brieva, «necesitamos cambiar radicalmente el sentido de nuestra existencia y ahí el arte puede desempeñar un papel fundamental, contribuyendo a mostrar que una existencia plena tiene más que ver con la realización de actividades satisfactorias en el terreno de la creación y de la relación con los demás que con la acumulación de mercancías y la compulsiva satisfacción de nuestra pulsión consumista». A este potencial transformador y emancipatorio de la creación artística también hace referencia Arthur Rimbaud cuando le dice en una carta que le escribe a su amigo Paul Demery que el poeta es el que define “la cantidad de lo desconocido que se despierta, en su época, dentro del alma universal”. «Creo que esta frase de Rimbaud sintetiza muy bien cuál es la función, en su grado más ambicioso y profundo, del arte: ir abriendo camino y permitiendo que se ensanche nuestro horizonte de pensamiento», recalcó Brieva.
Imaginando futuros deseables. Ejercicios.
Tras la presentación del Decálogo para un mundo posible, Miguel Brieva propuso los primeros ejercicios del taller que, a partir de este momento, adquirió un carácter prioritariamente práctico (si bien, la segunda sesión tuvo también una introducción de índole más teórica). Ejercicios, concebidos siempre de manera abierta y flexible, con los que Brieva lo que proponía era que los alumnos generaran imágenes y pequeñas narraciones gráficas que «estuvieran en sintonía» con los principios y presupuestos desarrollados en el decálogo. La idea era trabajar con la narratividad de una manera muy sencilla, a través fundamentalmente de la combinación de imagen y texto (tanto con dibujos como con collages y fotomontajes), aunque dejando abierta la posibilidad de que, quien prefiriera utilizar solo uno de ellos u otros medios, lo hiciera. También se dio libertad para realizar los ejercicios tanto de forma individual (algo que, por razones operativas, hicieron siempre los alumnos que tuvieron que seguir el taller de forma on-line) como en parejas o grupos más amplios.
Como primer trabajo práctico, Brieva propuso dos opciones: por un lado, hacer un «ejercicio de sustitución», al estilo del que realiza Banksy en su célebre Lanzador de flores, donde aparece una figura que automáticamente identificamos con la de un anti-sistema que va a lanzar un cóctel-molotov pero que, cuando nos fijamos bien, vemos que, en realidad, lo que están lanzando es un ramo de flores («un mínimo cambio que consigue dotar de un sentido completamente nuevo a una imagen muy connotada que solemos leer de una manera unívoca»); por otro lado, jugar con la idea de las «utopías cotidianas», pero a escala muy personal, imaginando alguna pequeña transformación factible en nuestro día a día que consideramos que puede mejorar de manera sustancial nuestra calidad de vida.
Antes de pasar al siguiente ejercicio, Miguel Brieva hizo un recorrido por los tres imaginarios del futuro imperantes en el pensamiento y la narrativa contemporánea, tomando para ello como punto de partida el célebre cómic de The Future According to Robert Crumb.
El primero de ellos sería el imaginario oficial positivo que Robert Crumb, dibujante estadounidense que siempre ha considerado como uno de sus principales referentes, denomina The Fun Future. Un futuro ligado a un desarrollo utópico de la tecnología y de lo urbano, donde parece que todo lo tenemos controlado y el ser humano vive feliz, pero ya totalmente separado de la naturaleza. Quizás, dentro del ámbito artístico, la plasmación más relevante de este imaginario sería la película 2001. Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick. «Resulta curioso», señaló Brieva, «como en los años sesenta y setenta del pasado siglo aún era posible que intelectuales críticos como Kubrick pudieran llegar a proyectar un futuro futurista de forma idealizada… Una proyección que hoy vemos que está lejos de llegar a ser un escenario factible».
El segundo sería el imaginario oficial negativo que podemos emparentar con lo que Crumb describe cómo Worst Case Scenario (Ecologital Disaster). Es el imaginario del futuro distópico que se ha convertido en un exitoso subgénero de la ficción mainstream contemporánea. Lo que se nos muestra es un escenario apocalíptico que, curiosamente, al menos hasta fechas muy recientes, se suele plantear como algo que ha sido provocado por factores externos al ser humano: la caída de un meteorito, zombies, una invasión alienígena… «Black Mirror, una de las ficciones recientes más relevantes de esta tendencia distópica, sería ya otra cosa: somos nosotros montándonoslo mal con la tecnología», matizó Brieva. Pero él considera que es una distopía crítica que, con su lectura descorazonadora de la condición humana, también termina contribuyendo a apuntalar un «estado de ánimo tóxico y decaído» que nos lleva resignarnos con lo que tenemos, «no vaya a ser que se hagan realidad las profecías de autodestrucción». Muy diferentes son, en su opinión, algunos clásicos distópicos de la primera mitad del siglo XX, como Metrópolis, Un mundo feliz y 1984 o, más recientemente, la película Brazil. Todos ellos son relatos distópicos, pero que, en cierto modo, encubren, también una aspiración utópica. «No son solo ejercicios de (sado)masoquista regodeo en el sufrimiento, sino relatos construidos desde una voluntad de denuncia crítica tras la que subyace un deseo real de cambio», subrayó.
Y el tercero sería el que Robert Crumb llama The Ecotopian Solution (que podríamos traducir como «La Solución ecoutópica»), el imaginario en torno al que Miguel Brieva propuso trabajar en el taller. «Como ya he comentando antes, cuando queremos generar desde el ámbito artístico discursos críticos sobre el deterioro social y ecológico del mundo actual, tendemos automáticamente a hacerlo desde la denuncia política explícita o la sátira. Es decir, nos posicionamos a la defensiva. Y yo creo que tenemos que dejar de huir. Pasar al contra-ataque. Soy consciente de que dar este salto no es fácil, porque nos han programado para lo contrario. Pero desde la convicción de que solo aquello que somos capaces de imaginar puede llegar a hacerse posible, creo que, a día de hoy, asumir un enfoque propositivo se ha convertido en algo especialmente necesario», señaló.
Miguel Brieva habló a continuación de una serie de cómics, novelas, documentales y películas de ficción que le han resultado inspiradoras a este respecto. «Estas referencias demuestran que se puede imaginar en positivo sin dejar de ser críticos, que se puede proyectar un futuro que merezca la pena ser vivido y, de paso, ayudarnos, a cambiar nuestro presente», explicó.
El primer ejemplo que puso fue otra historieta de Robert Crumb, en este caso protagonizada por uno de sus personajes más conocidos, Mr. Natural, el único gurú «capaz de meditar profundamente sobre la condición humana mientras se echa una cabezadita», como le describen en la contraportada de uno de sus cómics. Brieva habló en concreto de Mr. Natural’s 719th Meditation, donde Mr Natural se sienta a meditar en un lugar desértico y, mientras lo está haciendo, vemos como a su alrededor emerge, se desarrolla y, finalmente, desaparece una ciudad moderna; pero él está tan concertado, o tan profundamente dormido, que cuando vuelve a abrir los ojos todo ha vuelto al mismo estado en el que se encontraba cuando llegó. «Esta viñeta expresa gráficamente muy bien la idea de que se puede desandar lo andando y de que, con toda probabilidad, nuestro futuro no va a tener nada de futurista», indicó Brieva.
Miguel Brieva aludió también a una serie de películas de estilos y épocas muy diferentes, pero que comparten esa voluntad de imaginar en positivo. Desde el clásico neorrealista italiano Milagro en Milán (1951), de Vittorio de Sica, «una historia de lucha de clases narrada como un cuento en el que los pobres son los que ganan», hasta la reciente Paterson (2016), de Jim Jarmusch, filme que nos muestra que, con solo pequeños cambios, nuestro presente podría liberarse de gran parte de su actual toxicidad»; pasando por Jonás, que tendrás 25 años en el año 2000 (1975), de Alain Tanner, «donde se plantea que la utopía es ya y hay que construirla sobre la marcha, en la propia cotidianidad», o La Belle Verte (1996), de Coline Serrau, una comedia de ciencia-ficción utópica que narra el agitado viaje a la tierra de una mujer procedente de un planeta similar pero mucho más avanzado que el nuestro (un planeta donde, por ejemplo, ya no existe el dinero ni se come carne). También mencionó algunos documentales, como los recientes Nowtopia y 2040, en los que se exploran alternativas económicas y tecnológicas ya existentes -o fácilmente aplicables- que nos permitirían dejar atrás el modelo capitalista (en el primer caso) o frenar y revertir los efectos del cambio climático (en el segundo).
Situándose en el ámbito de la arquitectura y las artes visuales, dos cosas que, por motivos muy diferentes, le han resultado inspiradores son un libro llamado Cobijo (Lloyd Khan 1973), donde se recopilan maneras de habitar, tanto ancestrales como contemporáneas, que podríamos describir como alternativas, y los proyectos de Superflux, un «estudio multidisciplinar de diseño-ficción» que trabaja con una visión tecnológica utópica del futuro, pero siempre desde una mirada muy realista («serían algo como así como un Black Mirror en positivo») y presupuestos inequívocamente ecologistas. «Cuando te pones a indagar en posibles modos de vida sostenibles», señaló, «te das cuenta de que, al contrario de lo que se suele pensar, estamos muy avanzados. Hay un montón de modelos formulados a nivel de gestión de recursos, de re-organización urbana…».
A este respecto Brieva planteó la posibilidad de que como ejercicio, dirigido sobre todo a los alumnos que procedían del ámbito de la arquitectura, se trabajara con imágenes de espacios de Sevilla más o menos reconocibles, realizando sobre ellas pequeñas intervenciones que transformaran en positivo dichos espacios («por ejemplo, quitándole los coches o eliminando el asfalto»). Hubo un grupo de alumnos que lo hizo, interviniendo sobre diversas fotos recopiladas a través de Google del Polígono Sur. Fotos que modificaron, a través de un acetato, añadiéndoles espacios verdes o zonas de juegos para niños, elementos que escasean en el barrio y que los vecinos llevan años reclamando.
Por último, Miguel Brieva mencionó tres novelas de la escritora de ciencia-ficción estadounidense Ursula K. Le Guin, una de las personas que, a su juicio, mejor ha sido capaz de proyectar «mundos futuros más justos e igualitarios». La primera de estas novelas es Los desposeídos: una utopía ambigua, donde se describe cómo se ha desarrollado una sociedad anarquista, no exenta de contradicciones pero fuertemente cohesionada, en la luna habitable de un planeta similar al nuestro a la que fueron enviados los participantes en una revolución acontecida doscientos años antes. La segunda es La mano izquierda en la oscuridad, una historia ambientada en el planeta Gueden, cuyos habitantes han mutado en hermafroditas: durante tres semanas al mes son biológicamente neutros y en la semana restante, machos o hembras, sin saber nunca que les tocará cada vez. Se trata, por tanto, de un planeta en el que es imposible que se den abusos sexuales o que haya desigualdad de género. La otra novela de Le Guin de la que habló Brieva fue La rueda celeste, cuyo protagonista, llamado George Orr, tiene la capacidad de transformar la realidad a través de sus sueños.
Para las últimas sesiones del taller, Miguel Brieva propuso la realización de un ejercicio más complejo en el que se profundizara en el trabajo con la narratividad, generando, individualmente o por grupos, pequeños relatos gráficos en los que, «a modo de fugonazos utópicos», se describiera un futuro donde se ha llegado a un escenario post-capitalista. A la hora de abordar estos futuros alternativos, «que a veces pueden no ser el objeto en sí del relato, sino el trasfondo en el que ocurre una historia que nos interesa contar», existe la opción de jugar con lo hiperbólico y fantasioso, «quizás sea a lo primero que tendemos»; pero también se puede optar por emplear un tono más realista, proyectando qué es lo que nos gustaría que ocurriera, e incluso por trasladar ese futuro deseado a nuestro presente inmediato, aplicando sobre este pequeños cambios que consideramos que nos mejorarían sustancialmente la vida.
Para desarrollar este ejercicio final, Brieva planteó dos posibles vías de trabajo. Por un lado, crear una pequeña pieza narrativa gráfica, jugando con la combinación de imagen (ya fueran dibujos o fotografías) y palabra, al modo de una tira o mini-cómic. Por otro lado, realizar lo que él describe como una «operación de subversión del imaginario hegemónico», apropiándose críticamente de algunos de sus discursos y herramientas «para ver cómo se pueden llevar a nuestro terreno». Respecto a esta segunda vía de trabajo, una de las opciones que planteó fue utilizar alguna serie televisiva reciente para esbozar una especie de versión alternativa de la misma que se ajustara a los principios planteados en el Decálogo para un mundo posible. Propuesta en torno a la que finalmente trabajo un grupo de alumnos del taller que imaginó una especie de versión ecologista y libertaria de la serie Pablo Escobar, el patrón del mal, donde la figura del narcotraficante colombiano transmuta en la de un afable, apacible y socialmente comprometido barrendero que, tras entrar en contacto con unos extraterrestres, se ha agenciado de una suerte de pistola galáctica que le permite plantar y hacer crecer rápidamente todo tipo de árboles.
El taller se cerró con una puesta en común de los trabajos realizados por los alumnos. Trabajos que en ciertos casos, como el recién citado del proyecto una serie alternativa sobre la figura de Pablo Escobar o las imágenes intervenidas del Polígono Sur para añadirles más espacios verdes y zonas recreativas infantiles, también acabaron integrándose en el «contra-atlas» sobre el imaginario visual y simbólico del barrio que se creó en La acción gráfica como compañera, el otro taller desarrollado en el marco del II Campus Polígono Sur.